Santa Clara del Oso: una escuela donde aprenden del mundo en dos idiomas

La clase empieza a las siete y media, con el ruido de los gallos de fondo, la luz colándose entre las rendijas de madera y el aire frío que entra por las ventanas abiertas de la escuela. Waküpero Mu’pakai, dice la maestra Ana, que en lengua pemón significa “buenos días”. Su voz es cálida, conocida. Algo en ese tono hace sonreír a los niños cada mañana. Tras el saludo, la maestra inicia el plan de lectura. Hay que repetir frases, entender párrafos. Va anotando en la pizarra algunas oraciones en castellano y pone énfasis en los verbos complejos para los chicos que van en grados más avanzados.

Afuera, en la Gran Sabana se alzan los tepuyes, magníficas montañas que surgieron de la tierra millones de años antes de que naciera el primer humano. El pueblo pemón de Santa Clara del Oso se ha acostumbrado a levantarse mirando hacia los tepuyes y sus montes llenos de energía ancestral. Los niños dibujan las mesetas en el aula y memorizan las leyendas milenarias que han sobrevivido hasta 2025 gracias a sus padres y abuelos. 

En esa comunidad indígena, situada en el sur de Venezuela, solo existe una escuela. Opera bajo el nombre de Escuela Unitaria Santa Clara como una extensión de la Unidad Educativa Manak-krü de la red de Fe y Alegría, que se ubica en Santa Elena de Uairén, al sureste de Bolívar. Es el único centro escolar en 25 kilómetros a la redonda y desde 2016 funciona en una antigua casa comunal. Se trata de un reducido plantel de una sola habitación, lleno de carteleras coloridas y recortes de papel, con una pizarra, pupitres limpios y un par de estantes, donde doce estudiantes de entre 9 y 13 años aprenden lenguaje y comunicación; matemáticas y geografía.

El lugar no solo sirve para instruir en temas básicos y esenciales: es también un sitio donde los alumnos abrazan y protegen la cultura del pueblo pemón, confían los unos en otros y sueñan con un futuro lleno de posibilidades.

Estudiantes comunidad pemón, en escuela en santa clara del oso, la Gran Sabana

En las horas más tranquilas, levantan la mano y aseguran, a veces en una mezcla de taurepan y español, que algún día irán a la universidad para ejercer una variada selección de profesiones:

—Yo voy a ser doctora, maestra.

—Yo ingeniero, cuando sea más grande.  

—Yo voy a ser abogado.

No son ajenos a las dificultades, viven con austeridad, sin luz eléctrica, al margen de la conexión a internet y lo que pasa lejos de la Gran Sabana. Las calles de Santa Clara del Oso se iluminan gracias a paneles solares donados por una organización internacional y la gente allí depende de un manantial para tener agua constante. Falta espacio, muebles, libros, lápices y cuadernos en la escuela. Pero los niños no cambian de idea ni se desaniman fácilmente: se imaginan lo que harán en su vida adulta y cuentan a la maestra sus múltiples opciones. 

Ana Gabriela Rodríguez, la única docente del sitio, los escucha con interés. Se acerca a ellos y presta atención a sus cuentos, preguntas y concepciones del mundo alrededor. Celebra sus pequeñas victorias en el aula, cuando logran leer corrido, completan una suma sin errores o recuerdan las capitales de los estados del país.

—Siempre les digo que no se rindan. Converso mucho con ellos, hablamos de las cosas que pasan en la comunidad, ellos me cuentan lo que les preocupa y lo que sueñan con toda la sinceridad de la vida. Me siento con ellos porque sé que uno pasa dificultades. A veces yo misma digo que no puedo, pero le pido a Dios que me dé la fortaleza para seguir con los niños y ese ánimo que me da Dios yo se lo transmito a ellos cada día que se levantan y van a la escuela—, asegura la maestra Ana.

Entre junio y noviembre de 2024, el equipo de United in the Mission Foundation visitó Santa Clara del Oso en dos ocasiones con el fin de sentar las bases y obtener los permisos para construir una nueva escuela intercultural bilingüe, una estructura grande que sustituya a la pequeña casa de madera y techo de zinc que se utiliza actualmente. Para abril de 2025, el proyecto de la fundación avanza a grandes pasos.

—Sabemos de niños que a veces dejan de estudiar, los apartan en conucos o minas. Se los llevan, pues. Es preferible tener una escuela donde ellos puedan animarse a cambiar sus vidas. En otras comunidades no siguen adelante. Aquí en Santa Clara se decidió que los niños se tienen que formar y ahora no hay ningún desescolarizado. Estamos muy felices por este proyecto —, puntualiza Ana sobre el tema.

Fe y Alegría: donde termina el asfalto

Una de las frases más conocidas del movimiento educativo Fe y Alegría es que este “…comienza donde termina el asfalto, donde no gotea el agua potable, donde la ciudad pierde su nombre”. La construcción de la escuela intercultural, también llamada Escuela Teleobjetivo, sigue esta premisa. En Santa Clara del Oso no hay calles pavimentadas y para salir de allí es necesario contar con suficiente combustible, que usualmente escasea.

De hecho, la escuela actual comenzó a operar hace ocho años debido a que las familias apenas podían trasladar a los niños hasta otros centros educativos, demasiados lejanos para una comunidad donde casi no se accede a gasolina o gasoil.

—A la mayoría los llevaban a otras comunidades donde había escuelitas, pero en la parte económica a los padres les costaba bastante para trasladar a los niños. Algunos se iban caminando o salían a la vía a pedir una cola para poder llegar al destino. Por eso es tan importante que la escuela esté allí mismo —, explica Maibe Belisario Monagas, profesora de la escuela Manak-krü de Fe y Alegría.

La comunidad está organizada con un capitán que los guía y las familias viven de lo que cultivan en la tierra. Atienden pequeños huertos a los que llaman conucos y preparan su propio casabe. También hacen Kachiri, una chicha o bebida fermentada a base de yuca, batata o ñame. Como todos los demás, los niños participan en estos sistemas agrícolas tradicionales que han asegurado la subsistencia de los indígenas durante generaciones.

En conjunto se encargan de un conuco escolar, al que asisten semanalmente con la maestra y el capitán si el buen tiempo lo permite. Les entusiasman las lecciones de agricultura que forman parte de su plan de estudios. Es así que comprenden el ecosistema con el que conviven, los ciclos de la naturaleza y los beneficios del sol, el agua y el aire. Esos días colaboran estrechamente para clasificar y sembrar semillas, un proceso que los conecta a una tierra que sienten como suya. Si ha llovido recientemente y los pájaros cantan, la jornada se vuelve especial y el grupo sale a recolectar bachacos, un tipo de hormiga rojiza que suelen comerse tostadas con picante.

En general, son chicos felices, de carácter afable, que poco a poco mejoran su español y que mantienen vivas gran parte de sus creencias. No sienten miedo de preguntar sobre lo que no saben o de comunicar lo que les interesa y lo que quieren conocer.

—Ellos me han enseñado sobre valentía y honestidad. Hablan de lo que pasa en la comunidad, lo que ven fuera. Yo les enseño, pero ellos también me enseñan a mí. Son curiosos de lo que van a hacer en el día, aman el trabajo de campo (que está en su sangre) y a los más grandes les encantan las matemáticas —, explica la maestra Ana.

En el presente hay siete niños y cinco niñas inscritos en la escuela, que pertenecen a siete familias que viven dentro de la comunidad.  

Más que un proyecto arquitectónico

A los niños de Santa Clara del Oso les agrada la idea de tener una nueva escuela, más grande y organizada, que permita separar los grados en distintas aulas. Actualmente todos aprenden juntos en el único salón de la antigua casa comunal, por lo que la maestra Ana debe dividirlos en dos grupos y adaptar el contenido al nivel de cada estudiante, en una misma clase.  

Los planos de la nueva escuela muestran un centro educativo sostenible y en armonía con el entorno. Esta propuesta diseñada por Tragaluz Estudio de Arquitectura es una mezcla de madera, bloques, cemento y lajas de piedra, pensado para celebrar y preservar el conocimiento indígena y la identidad. 

El edificio alargado que se está construyendo presenta un encuadre arquitectónico triangular que funciona como un lente teleobjetivo o una ventana con vista perfecta hacia los solemnes tepuyes, considerados parte primordial de la cultura de los pueblos originarios de la Gran Sabana.

Se trata de una edificación con un corredor que invita al encuentro y a la contemplación del extenso paisaje verde que rodea a Santa Clara. El nuevo plantel se divide en varios módulos abiertos y ventilados, que permiten la entrada de la luz cada mañana. La maestra Ana piensa que es más que un proyecto arquitectónico:

—Creo que la educación da voz y esperanza. También creo que nos da herramientas para ir hacia adelante. Lo sé porque yo me eduqué aquí, en esta misma escuela. Nunca pensé que regresaría a dar clases, a apoyar a la comunidad. Y me parece genial que los niños puedan asistir a una escuela mejor. 

Profesora Ana Gabriela, en comunidad pemón Santa Clara del Oso

Ana estudió durante seis años en la Escuela Unitaria Santa Clara. De hecho, fue estudiante de la red de Fe y Alegría hasta su graduación como técnico medio en Ciencias Agrícolas, en Los Teques, estado Miranda, en el centro norte del país. Ahora se encarga de la educación de una docena de niños que le recuerdan a ella misma. Con los que se identifica, porque comparten un mismo hogar, una tradición, una historia.

—Gracias a Dios se está dando esa oportunidad, eso es para el futuro de ellos, para que aprovechen y aprendan los más que puedan. La mayoría de las niñas quieren ser doctoras y los niños ingenieros. Sueñan grande. Me gustaría ver que se involucre mucha gente en esta comunidad y puedan venir más niños con sueños así —, concluye Ana.

Unidos en la Misión continúa trabajando mientras Santa Clara del Oso espera a la inauguración del nuevo plantel, uno donde el sol ilumine cada rincón; abierto al viento, al canto de los pájaros y al murmullo de los niños pemón que aprenden a nombrar el mundo en dos lenguas.

Si deseas sumar tu aporte para ser parte del potencial ilimitado de los niños y niñas del pueblo pemón, puedes hacer tu donativos aquí, o escribirnos a través de dona@unidosenlamision.org.


Escrito por: Albany Andara Meza

X: @albanyandara
Instagram: @albany_am

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